Hola a todos!
Os dejo el prólogo del segundo libro, para ir abriendo apetito:
La
sombra del Asama-Yama les cubría por completo. Dan y el Ermitaño, los dos
antiguos amigos, se dirigían de vuelta a su hogar. Ambos formaban parte del
selecto grupo de guerreros que formaban los samuráis de la “Hoja Blanca”.
El
anciano samurai que en su tiempo se hizo llamar el Ermitaño rememoró la
aventura que Akari llevaba viviendo desde hacía prácticamente un año. El joven
partió junto con Kenji y Chikako, sus dos amigos a cumplir su sueño, ser
samurais. Anhelaban defender al reino, y decidieron que para ello debían luchar
por entrar en la “Hoja Blanca”. Sin embargo, decidieron demostrar su valía,
luchando contra los Asjitsu. Lo que planeaban como un juego de niños enseguida
les superó, pero no les amedrentó y continuaron su viaje. De camino a Nagoya,
la ciudad del mar, se encontraron con Netsu, el tigre del fuego. El tigre había
sido entrenado y había aprendido a dominar el fuego como su elemento natural.
La llama era su compañera, y junto a ella había adquirido la valentía.
Netsu
vio en Akari un gran potencial, y le otorgó sus poderes, siendo su mentor y
transformando al joven muchacho en el Señor del Fuego. Entonces, tras reunirse
con Shouta y Kisho, partieron a rescatar al hermano de Netsu, el tigre del
aire, Aiden.
Así
lo hicieron, luchando en las cumbres heladas contra el drievnev, el gran
monstruo helado del norte. Aiden otorgó sus poderes a Kenji, y así se unió a
ellos el Señor del Aire.
También
rescataron al hermano mayor de Netsu, el tigre del agua, Wave. Para
conseguirlo, tuvieron que enfrentarse al sharpeiner, uno de los más viles
monstruos que habían nacido de la faz de la tierra.
Por
último, se enfrentaron en una gran batalla a los Asjitsu, en la cual,
demostraron los fuertes lazos de amistad que les unían, gracias a los cuales,
pudieron derrotar al malvado clan.
Sin
embargo, era una batalla, se dijo el Ermitaño, y la guerra aún seguía
librándose.
Pensó
entonces en la difícil misión que les habían encomendado, la busca del cristal
de Kúlie, y sin quererlo, rememoró su historia:
“Cuando
los cuatro dioses crearon el mundo, cada uno creó a sus hijos. Los primeros en
llegar fueron los elfos. Altos, bellos, inteligentes y orgullosos eran una raza
casi perfecta. Su madre, Kúlie, había creado las criaturas de la naturaleza y
los bosques. Su armonía con los animales y las plantas, había pasado a sus
hijos, y ellos también podían conversar con ellos, les trataban como sus
amigos, sus iguales.
Helniost,
el gran dios de las llanuras, creó a los herbáceos. Pequeños, de piel olivácea,
pero fuertes y curiosos, estas criaturas residieron en los grandes valles de
hierba, bajo la sombra de las montañas.
Y
es que esas montañas, eran creación del hermano gemelo de Helniost, el dios
Heldrin. De sus manos brotaron las montañas, cerros, colinas y lomas. Él fue
quien moldeó la tierra a su gusto. Sus hijos, unos galantes seres, con una
mitad inferior de caballo. Su mitad superior, tenía rasgos élficos, pero
también rasgos humanos. Los centauros eran una raza fuerte y orgullosa.
Por
último llegaron los humanos. Eran unos seres débiles, apenas más inteligentes
que los animales.
Su
padre, viendo que su creación era la menos poderosa, decidió abandonar a sus
hijos y abandonó a sus hermanos hacia los confines del mundo que nadie conoce.
Los
elfos, en un comienzo, les acogieron y les enseñaron el lenguaje, y su buena
forma de vida.
Algunos
humanos, aceptaron a Kúlie como su nueva diosa, creando pequeñas comunidades
junto a los bosques. Otros buscaron cobijo en los brazos de Helniost, o de
Heldrin. Sin embargo, hubo un grupo de humanos que decidieron reblarse contra
los elfos. Éstos, lucharon contra los elfos en una gran batalla en la cual, los
elfos, incapaces de dañar a sus antiguos alumnos, perdieron. Así, gran parte de
los bosques que cubrían el mundo fueron destrozados por estos humanos. Entonces
Kúlie, la galante diosa, no pudo soportar el ver destruida su creación, y
derramó una lágrima, una sola lágrima que se transformó en el cristal. Éste fue
velado en un tiempo por los elfos, pero ellos sucumbieron al deseo del poder
también y decidieron arrojarlo al mar para evitar otra guerra en la cual
causaran más mal a su madre. Solo había tenido un poseedor desde entonces, el
valiente Iàgaren, el hombre que se casó con una elfa. Pero el precio que pagó
el héroe fue muy alto, tuvo que luchar hasta la extenuación, tuvo que hablar
con la muerte y salir con orgullo, para conseguir el cristal. ”
El
cristal de Kúlie, nació del dolor de una diosa. Es digno de dioses. Tiene el
poder de dioses. Solo los más nobles lo pueden usar, pero el anciano samurai
confiaba en el buen corazón de Akari, para conseguir dominarlo.
Pensándolo,
el samurai se dio cuenta de que Akari le recordaba en gran medida al gran héroe
Iàgaren. Ambos luchaban sin temor, con valentía. Ambos tenían un objetivo, y no
se dejaban sucumbir por el miedo, o por la dificultad. Ambos eran capaces de
dar todo por sus amigos, de entregarse por un sentimiento.
Más
valía que Akari consiguiera el cristal como Iàgaren. Si no lo hacía, en esta
guerra bien podrían rezar, porque solo la derrota les aguardaría.
El
ermitaño continuaba cabalgando. La brisa le sacudía la frente y vio a su lado a
la figura de Dan, el honorable samurai que en su tiempo tanto honor tuvo y
tantas guerras libró. Ahora había abandonado la guerra y se había convertido en
el gran mentor de una generación de nobles samurais, que deberían enfrentarse a
los Asjitsu en una batalla sin parangón.
Siguió
rememorando y le volvió a la cabeza la leyenda que anunciaba la llegada de
Akari y de sus compañeros. Aquella leyenda, que nunca fue completada. Aquella
leyenda que aún está por escribirse. Aquella leyenda, la misión de Akari, escribir su última palabra, en la cual la paz podrá volver a reinar sobre el
mundo.